Epílogo Generacional

Epílogo Generacional
Fernando Castro y Castro
Edición privada
México, 2010
pp.206


Fernando Castro y Castro: Un hombre para todos los tiempos

Rubén Aguilar Valenzuela

A medida que avanzaba en la lectura de Epílogo Generacional (2010), el libro veinte y tres de Frenando, pensaba en el título de la estupenda película del inglés James Bold, Un hombre para todas los tiempos, que es su versión de la vida de santo Tomás Moro, el humanista, el político y el santo.

Fernando a lo largo de su vida ha sido una persona que ha sabido recrearse, reinventarse, y por eso de la vigencia de su pensamiento y acción. Ha ido un hombre capaz de vivir a plenitud cada etapa que le ha tocado vivir. Es, pues, en sentido estricto, un hombre para todos los tiempos.

Hoy, en El Sereno Ocaso (2009) de su vida, el título de otro de sus libros, sigue vigente. Su formación humanista, la de abogado, filósofo y teólogo autodidacta, lo han hecho un hombre abierto e incluyente, respetuoso de los otros y dispuesto al diálogo y dar razón de lo que piensa y también de lo que cree. No es común.

Soy de otra generación y como Fernando tengo un grupo de la mía. No son compañeros de la escuela, sino me hice de ellos en mi paso por la Compañía de Jesús. Sus éxitos y sus logros son también los míos. Esos amigos entrañables, verdaderos hermanos, como da cuenta Fernando de los integrantes de su generación, han sido también para mí compañeros indispensables en el caminar de la vida.

Siendo generaciones distintas en el tiempo no lo somos tanto en el pensamiento. Fernando en la segunda parte del texto, que ahora comentamos, nos propone la filosofía y también la teología que inspiró su vida, pero también, de una u otra manera, la de su generación. He sido lector, también los integrantes de mi grupo, de los filósofos y teólogos que él recoge y cita.

En ellos ahora me quiero detener. Porque me dicen y me importan, pero también, eso es lo que ahora nos reúne, porque da a conocer el pensamiento que ha alimentado a Fernando y su generación, pero diría que también a la mía. Las ideas y el pensamiento son el puente sólido que permite siempre el diálogo generacional.

Lo que une, lo que trasciende y conecta las 500 mil generaciones que dicen los paleontólogos han existido hasta ahora, es, pienso como Fernando, la búsqueda de la verdad. Él, retomando a los griegos, dice: “La verdad significa las cosas puestas al descubierto y eso es lo que significa el vocablo griego para designar la verdad-aletheia– es decir, desnudez”.

De eso trata la filosofía, de ahí su fuerza e importancia, pero más allá de eso, para los humanistas, Fernando se autodefine como uno integral, trata de la vida y de su sentido. Pretende responder si la verdad es posible, qué es y hacia dónde nos conduce. Ese ha sido el motor que ha movido la historia. La búsqueda permanente y sistemática de la verdad, de la explicación de todo lo que nos rodea y pasa.

La inquietud intelectual de Fernando, hizo que siempre acompañara la tarea del servicio público con la de pensarse y pensar al mundo. Él retoma a Julián Marías, filósofo español seguidor de Ortega y Gasset, para explicar “sus afanes filosóficos” del que retoma tres razones para “acercarnos a la filosofía”: “1) porque la consideramos como el saber de las cosas; 2) porque nos da directivas para el mundo y la vida; 3) porque es una forma de vida, y por tanto como algo que acontece. Así, justifica que los filósofos estemos renovando siempre la razón de nuestra certeza”.

Fernando planeta que su generación, la de la posguerra, está marcada por dos grandes corrientes del pensamiento: el psicoanálisis y el existencialismo. Las dos buscaban explicar el sentido de la vida en ese espacio “…de arreglo de cuentas de uno, consigo mismo, en la pavorosa desnudez de sí mismo, ante sí mismo (…) en la “…terrible y desolada, solitaria, verdad de las cosas”.

Es un problema que no es propia de una generación sino del ser humano, desde el momento mismo, que en el proceso de la evolución, surge la inteligencia y con ella la conciencia. Sí es propio de cada generación, como bien lo señala Fernando, el privilegiar cierta mirada, determinado ángulo de un todo, en razón del momento histórico y de las preguntas y respuestas que se plantean las mujeres y los hombres de esa generación.

El existencialismo que influyo a la generación de Fernando tiene la versión atea de Jean Paul Sartre, Simon de Beauvoir y Albert Camus y la cristiana de Jaques Maritain, Manuel Mounier, Gabriel Marcel, Charles Péguy, pero también de Paul Claudel, Julien Green y George Bernanos, autores todos también leídos por mi generación.

En el texto Fernando hace un análisis filosófico, invito a su lectura, de las ideas existencialistas que marcaron en forma general a su generación y de él retomo las siguientes afirmaciones que hacen relación a la persona, a Dios, a la sociedad y al Estado:

• “El hombre ocupa el lugar de Dios, él mismo es el artífice de su propio ser y esencia”.
• “El hombre es libre, no está deformado por su pasado, es mera existencia, no hay Dios que lo limite o modifique. Esta sólo en el Universo, condenado a decidir por sí mismo “condenado a ser libre”.
• (El hombre) “Es el único responsable de su decisión personal que, por considera buena, la quiere para todos los demás, por lo que nuestra vida es un continuo compromiso, un constante elegir para nosotros y escoger para los demás”.
• “Un hombre auténtico es un hombre rebelde, es un hombre que lucha en pro de los valores y en contra de todos los elementos que de un modo u otro los niegan.”

Fernando hace suya la filosofía de Jaques Maritain que sostiene un humanismo integral que afirma:

• “…el hombre es una persona, un todo, en fin (no una parte, no un medio). Ni la naturaleza ni el Estado pueden penetrar su intimidad si no da permiso, e incluso Dios que habita en ella, jamás puede forzarla”.
• “…el bien común debe ser ambiente propicio para que la persona humana vaya realizando su destino. La ciudad se concibe como la reunión de personas de diferentes credos e ideologías que deben ser respetadas”.
• “Debe protegerse la libertad de la persona de las servidumbres de una política entendida como arte de conquistar y conservar el poder, sacrificando el bien común, debe buscarse la libertad de una política cada vez más subordinada a la ética y en una economía que respeta la propiedad, pero concebida como “propiedad societaria” para contribuir al desarrollo de un patrimonio común”.

El pensamiento de Gabriel Marcel, propone Fernando, “es en el fondo una filosofía del amor y también merece llamarse filosofía de la existencia cristina”. Él sintetiza su propuesta de la siguiente manera:

• “El hombre es aquello que cree. El que cree, espera y ama, es fiel. Es fiel consigo mismo y lucha así por realizarse a sí mismo en una fidelidad creadora. ES fiel para con el prójimo y por ello mira no como un él diferente e impersonal sino como un tú único, al cuál ningún otros podría sustituir; es fiel, finalmente para con Dios. Es núcleo íntimo de esa fidelidad es el amor. El amor nos abre al ser y a los seres, al Tú infinito y a los Tús finitos”.

La reflexión filosófica Fernando la termina diciendo que “he querido citar estos autores porque independientemente de su influencia en la postguerra de Europa, que permitió que recuperara su confianza en sí misma, inspiraron a los estadistas demócratas cristianos. También renovaron e influyeron a la doctrina cristiana que había yo estudiado, pero que no se refería al mundo contemporáneo que era mi realidad”.

El texto da entonces paso a la reflexión teológica y eclesial. Cita a los formidables teólogos dominicos Ives Congar y M.D. Chenu y también el pensamiento de Juan XXIII y los aportes del Concilio Vaticano II. De los primeros recoge su idea de que la Iglesia debe ser la pobre, la humilde, servidora de las grandes causas en el mundo y no del mundo. Subraya también que la fe debe se viva y comprometida en la búsqueda de la máxima eficacia en la construcción de la obra de Dios, que es el mundo. De Juan XXIII, el papa bueno, destaca su convocatoria al Concilio Vaticano II con el propósito de aggornar a la Iglesia y también la invitación a que esta, más que nunca, optara por ayudar a los “marginados, a los menos favorecidos, a los olvidados”.

El Vaticano II permitió que la Iglesia “tomara las medidas de corrección y asumiera la responsabilidad de estar a favor de los más necesitados coadyuvando a promover el desarrollo de los pueblos, particularmente los que integraban el Tercer Mundo”. La tarea de la iglesia no sólo era espiritual sino tenía la misión y responsabilidad “de señalar las injusticias sociales y la necesidad de trasformar el mundo secular”.

El trabajo de Fernando, Epílogo generacional, aunque no es su propósito da cuenta de sucesos, claves, pero también de la vida familiar y cotidiana, que ofrecen una idea de la transformación profunda del México rural y provinciano en uno urbano, industrial y cosmopolita. A través de su mirada presenciamos el inicio de la construcción del México moderno, con sus aciertos y errores, del que su generación fue artífice de primera línea.

El libro, ese sí es su propósito, recoge con simpatía, cariño y, sobre todo amor, la historia, las historias, de su generación en sentido amplio, pero de manera especial la de ocho amigos que mientras cursaban el tercero de secundaria en el Colegio Franco-Español, allá por 1940, tomaron la decisión de constituirse como grupo y mantenerse unidos. Después de 70 años, dice él, “doy fe de que cumplimos nuestra promesa”. Muchas gracias.

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